Práctica 10. La educación en 2050. #INVTICUA25

 

Práctica 10. La educación en 2025. #INVTICUA25

Verónica Plaza Ponsoda 



Para realizar mi relato sobre la educación en 2050, el primer prompt que le he dado a ChatGPT ha sido muy simple: "Escribe un relato utópico acerca de la educación en 2050". Aunque me encantan las distopías, quería reflejar un futuro más positivo. Este ha sido el relato inicial:

"Aulas del 2050, semillas del mañana"

En el año 2050, la educación se había convertido en el pilar más sólido de las sociedades. Después de décadas de incertidumbre, conflictos y avances tecnológicos acelerados, el mundo comprendió que el verdadero progreso no se medía solo en innovación o economía, sino en humanidad. Así nació el Pacto Global Educativo, una alianza entre países, culturas y generaciones para construir una educación centrada en el bienestar colectivo, la sostenibilidad y el desarrollo pleno de cada persona.

Las escuelas ya no eran edificios cerrados, fríos y uniformes. En su lugar, se alzaban espacios vivos: estructuras autosuficientes de energía, con jardines verticales, aulas al aire libre y salas inmersivas adaptadas a las necesidades emocionales y cognitivas de cada estudiante. No había timbres ni horarios rígidos: el aprendizaje fluía al ritmo de la curiosidad.

La figura del profesor evolucionó. Ahora eran guías del saber, acompañantes de los procesos personales, expertos en pedagogía emocional y cultural. Los llamaban cultivadores de mentes y corazones, y trabajaban en equipos interdisciplinares junto a psicólogos, artistas, científicos y sabios locales. Cada docente recibía formación continua y cuidaba de su bienestar mental y físico, porque ya nadie dudaba de que para educar con amor, primero había que sentirse bien.

El currículo no era una lista de contenidos, sino un mapa de experiencias significativas. Los niños y jóvenes diseñaban sus propios proyectos, vinculados a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Unos construían robots que limpiaban microplásticos del mar; otros escribían novelas gráficas para sanar traumas históricos de sus comunidades; algunos diseñaban jardines terapéuticos en hospitales rurales. La evaluación no consistía en exámenes, sino en rondas de feedback horizontal, celebraciones de aprendizajes, exposiciones públicas y autoevaluaciones profundas. Lo importante no era memorizar, sino comprender, transformar, compartir.

La diversidad ya no era un reto, sino una riqueza. En cada aula convivían múltiples lenguas, cuerpos, creencias y formas de aprender. Las tecnologías de asistencia, la inteligencia artificial empática y los traductores neuronales permitían una inclusión real y sensible. La cultura escolar enseñaba desde el primer día a debatir con respeto, a expresar emociones, a meditar, a escuchar sin prejuicios.

Las familias, por su parte, eran parte activa del proceso educativo. No solo se interesaban por las notas (que ya no existían), sino que participaban en los talleres de convivencia, en las clases abiertas, en las asambleas de decisión. La comunidad entera se implicaba: bibliotecas, huertos, museos, cafés, talleres de oficios... todo el mundo era un aula, y toda persona podía ser maestra en algún momento.

En el año 2050, los niños no temían los lunes. Iban a la escuela con ilusión, sabiendo que ese día podían cambiar el mundo desde su pequeño rincón. Porque en ese mundo utópico, la educación no era una obligación, sino un derecho vivo, una celebración de lo que somos y lo que podemos llegar a ser.

Y así, generación tras generación, la humanidad fue recordando lo esencial: que educar es un acto de amor, de esperanza y de futuro. Y que ese futuro, por fin, ya había comenzado.


A continuación, he ido ajustándolo a mi gusto a través de los siguientes prompts.

Segundo prompt: Me gusta mucho el enfoque. Ahora quiero que añadas dos personajes: una niña que va a la escuela en el 2050, en ese sistema utópico que has descrito, y su abuela, que acudió a la escuela 40 o 50 años antes

Tercer prompt: Ahora quiero que contextualices ese futuro utópico. ¿Qué ha ocurrido para que el sistema educativo cambie tanto?

En este caso, no he especificado que lo quería insertado de manera fluida y coherente en el relato, y ChatGPT me ha ofrecido un esquema sobre las causas que llevaron a este nuevo sistema educativo.

Cuarto prompt: No, debes insertarlo en el relato de manera fluida

Quinto prompt: Gracias. El texto me gusta mucho. Ahora quiero que incluyas alguna referencia literaria a algún autor o autora importante, el o la que tú consideres

Mi intención era que incluyera alguna referencia literaria sutil, insertada en el texto, pero lo que ha hecho ha sido insertar una cita tal cual, separada del texto. No me ha gustado este formato, por lo que he cambiado de opinión y le he pedido que adaptara el texto al estilo de Isabel Allende.

Sexto prompt: No, no me ha gustado esta versión. Deshaz el cambio y escribe el relato que me has dado en la anterior respuesta utilizando un estilo literario similar al realismo mágico de Isabel Allende.


Esta última versión sí me ha gustado, por lo que he decidido que fuera la definitiva.


Relato final: Aulas del 2050, semillas del mañana

En el año 2050, la educación había florecido como un árbol antiguo y sabio, cuyas raíces se hundían en los dolores del pasado y cuyas ramas rozaban el cielo con promesas de ternura. Después de tantas guerras sin fusiles —pero con pantallas brillantes y agendas de rendimiento—, la humanidad comprendió al fin que el verdadero progreso no se medía en cifras, sino en cómo nos hablábamos unos a otros y en cómo cuidábamos a quienes todavía no sabían escribir su nombre.

Fue necesario que el mundo tocara fondo para mirar hacia arriba. Las aulas de principios de siglo se habían convertido en jaulas, y las infancias, en números. Pero un día —nadie sabe con certeza cuál— una niña con trenzas y miedo preguntó en voz alta por qué tenía que callar. Y esa pregunta se propagó como una semilla al viento, despertando a maestras dormidas, madres agotadas y jóvenes que habían olvidado soñar. Así comenzó la Gran Huelga Educativa Global de 2032, donde millones de voces brotaron en un solo canto: "la educación no es fábrica, es fuego".

Tres años más tarde, los gobiernos firmaron la Declaración de los Derechos del Aprendizaje, y el mundo empezó a transformarse como por arte de magia… o de justicia.

Las escuelas dejaron de parecerse a oficinas grises y comenzaron a parecerse a casas del bosque o a islas flotantes. Algunas crecían entre los árboles; otras se camuflaban entre las dunas. Las paredes eran de tierra comprimida, los techos de energía solar, y por los pasillos corrían libros como peces luminosos. No existían los timbres ni los pupitres alineados. En su lugar, había hamacas, colchonetas, salas sensoriales, huertos comunitarios y cielos abiertos.

Los docentes ya no eran centinelas del silencio, sino guardianes de las preguntas. Su labor no era enseñar respuestas, sino custodiar el asombro. Había quienes sabían leer en la piel de los árboles, otros que enseñaban historia a través de la cocina, y algunos que curaban con cuentos las heridas del alma. Todos ellos eran acompañados por artistas, sabios rurales y terapeutas que compartían el aula como si fuera un fogón.

El currículo era como un mapa sin fronteras: los aprendizajes se tejían con las manos y con la voz, con la ciencia y con el arte, con el pasado y con lo que aún no tenía nombre. Las niñas y niños decidían qué querían explorar: unos salvaban lenguas en peligro de extinción; otros diseñaban casas para insectos polinizadores; y algunos —los más audaces— escribían cartas al futuro y las enviaban en globos biodegradables.

En una de esas escuelas, escondida entre la niebla dulce de un valle y el canto de los grillos, estudiaba Luna, una niña de diez años que tenía la costumbre de hablarle al sol antes de entrar al aula. Siempre llevaba en la mochila su cuaderno de emociones, una piedra de río que usaba como amuleto y una pregunta nueva para investigar. Ese mes trabajaba en un proyecto sobre migraciones climáticas: entrevistaba a los ancianos de su pueblo, recogía sus relatos como si fueran oro y luego los transformaba en hologramas que compartía con otras escuelas del mundo.

Un jueves, su abuela Marina —una mujer de cabello blanco y voz de canela— fue a buscarla. Había sido invitada al Círculo Intergeneracional del Saber, donde cada semana alguien contaba su historia como quien ofrece una fruta madura.

—Abuela —dijo Luna mientras caminaban entre esculturas hechas con basura reciclada y parras cargadas de uvas—, ¿cómo era tu escuela?

Marina la miró con ternura y con cierta tristeza en los ojos.

—Era gris, mi niña. Los pupitres olían a polvo, y las ventanas estaban cerradas incluso en primavera. Nos pedían memorizar, repetir, obedecer… Nunca me preguntaron qué soñaba por las noches.

—¿Y cuándo cambió todo?

—Cuando dejamos de obedecer el miedo. Tu madre era pequeña cuando marchamos por las calles, exigiendo que la educación dejara de doler. Yo no sabía si viviría para ver el cambio, pero plantamos las primeras semillas. Y mira ahora, Luna: tú las estás regando.

Luna la abrazó con fuerza. Sabía que en los brazos de su abuela vivían todas las maestras silenciadas, todos los libros prohibidos, todas las niñas que un día tuvieron que tragarse una pregunta para no molestar.

Esa tarde, en el círculo, Marina contó su historia: habló de sus primeros cuadernos, de la vez que escribió un poema y se lo rompieron por "no ser parte del contenido oficial", de cómo aprendió a gritar sin levantar la voz. Luna la escuchaba como se escucha una tormenta lejana: con respeto, con los ojos muy abiertos, con la certeza de que algo en el aire está cambiando.

Después, una niña cantó una nana en tres lenguas indígenas. Un niño proyectó un videopoema sobre la paz. Una profesora leyó una carta que se había escrito a sí misma cuando tenía dieciséis años y pensaba que nunca sería suficiente. Y en cada palabra, en cada gesto, se aprendía sin que nadie dijera “aprende”.

Porque en 2050, la educación ya no era una obligación, sino una celebración. Un espacio donde el pasado sanaba, el presente se honraba y el futuro se inventaba a diario, con crayones y con datos, con risas y con ciencia, con ternura radical.

Y así, generación tras generación, la humanidad fue recordando lo esencial: que educar es un acto de amor, de magia y de memoria.

Y que ese futuro, gracias a niñas como Luna y abuelas como Marina, ya había comenzado.


Para acabar, vamos a reflexionar sobre el uso de ChatGPT:

A. ¿Conoces la herramienta de ChatGPT? ¿Qué opinas de la IA en Educación?

Considero que es una herramienta muy útil y versátil, pero a la vez un tanto peliaguda si no enseñamos al alumnado a utilizarla con responsabilidad y de manera crítica y reflexiva, para mejorar y facilitar su proceso de aprendizaje, pero no para sustituirlo. En cuanto a la docencia, creo que es una herramienta que puede facilitar mucho el trabajo del profesorado y que nos puede ahorrar mucho tiempo en tareas un tanto tediosas.

B. ¿Ha sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.

Para nada. ChatGPT es muy fácil de usar y muy intuitiva. Únicamente debes llevar cuidado con describir con exactitud qué es lo que quieres que haga y, especialmente, cómo, ya que si le ofrecemos prompts muy vagos o poco detallados el resultado no se va a ajustar a lo que queremos.

C. El relato que has obtenido, ¿es similar al que tú hubiera escrito?

Probablemente sí, pero creo que el hecho de pedirle que imite el estilo de una autora en concreto me dificultaría a mí el trabajo si debiera escribirlo yo. Evidentemente, el tratarse de una IA generativa con una base de datos amplísima es mucho más sencillo para ChatGPT realizar una tarea como esta que para mí.

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